Vecinos de la Condesa luchan por sacar sus cosas
A las afueras de la calle de Ozuluama se escucha la voz de doña Martha, quiere sacar sus cosas del edificio donde ha vivido por años, afuera la mudanza los espera pero es imposible, las escaleras se han llenado de escombros.
Alrededor todavía se escuchan las sirenas de los grupos de emergencias, y el rasguños de las palas contra el asfalto levantando los montones de piedra de fachadas y viviendas que se vieron afectadas por el sismo del martes 19 de septiembre en la colonia Condesa, en la Ciudad de México.
Doña Martha no sabe qué hacer, su hijo la acompaña y los tres hombres de la mudanza la miran sin decir nada, simplemente no se puede pasar al edificio hasta que sean seguras las escaleras, el elevador no sirve y ningún vecino de ella ha vuelto a su departamento.
Y es que desde que se registró el temblor, doña Martha no ha podido regresar a casa, tampoco ha ido a uno de los albergues que se han instalado en la ciudad, afortunadamente un familiar le ha dado cabida en su casa en estos días aciagos en la capital mexicana.
La calle de Ozuluama esta cerrada al paso vehicular, ella tuvo que hacer malabares y demostrar más de una vez que era vecina del lugar para que dejaran pasar la camioneta de tres toneladas, pero es en balde, el perito afuera del edificio dice que no puede sacar sus cosas.
«Aseguran los peritos que el edificio es habitable, pero hay escombros en las escaleras de la mampostería que se vino abajo», dice con una cara de angustia escondída por el maquillaje usado habitualmente para disimular la edad y darle la vuelta a la vejez.
Por fuera, el edificio de siete pisos luce en buen estado, al menos no hay vidrios rotos que pongan en riesgo a los peatones, solo en el pórtico el aplanado fue vencido por el movimiento de la tierra, doña Martha no sabe qué hacer, muchos vecinos no se han aparecido en el lugar.
«Qué puedo hacer con el cascajo qué hay en las escaleras», en la cara del perito se nota la duda, por un momento titubea y después de unos segundo se atreve a dar una respuesta «organícese con sus vecinos para sacarlo y se lo dan a los camiones que se están llevando los escombros».
La respuesta no le ayuda en nada y vuelve la cara a su hijo, lo mira con desconsuelo, los tres hombres de la mudanza se han montado a la parte de carga de la camioneta y la miran enmudecidos, mientras doña Martha saca su celular y empieza a hacer llamadas de catarsis ante la nada.