Fatiga por Zoom, el nuevo padecimiento
Ante el confinamiento y el Home office, el uso de videollamadas se ha vuelto extremadamente popular, sin embargo la psicología se ha percatado de que este tipo de interacción está provocando un nuevo padecimiento
Hay tanta gente viviendo experiencias similares que este fenómeno ha pasado a conocerse como «fatiga de Zoom», aunque este cansancio también se aplica si usas Google Hangouts, Skype, FaceTime o cualquier otra interfaz de videollamadas. El auge sin precedentes de su uso ante la pandemia ha puesto en marcha un experimento social extraoficial y ha demostrado algo que siempre ha sido cierto a escala poblacional: las interacciones virtuales pueden ser dañinas para el cerebro.
El doctor Paul Penn de la Facultad de Psicología de la Universidad de East London en Reino Unido y autor del término, explica en su obra “La Psicología del estudio efectivo”, las consecuencias en el ser humano al solo depender de las videollamadas.
El doctor asegura que uno de los grandes problemas de este tipo de comunicación es que en la comunicación digital las señales no verbales como las expresiones faciales, trayectoria de la mirada o gesticulación a menudo están ausentes o distorsionadas, lo que contribuye a que la comunicación sean más difícil.
El efecto es que la comunicación ahora en Home Office, es más tediosa que la que se hace cara a cara ya que la comunicación sutil y no verbal es mucho más difícil cuando se chatea en línea porque las señales de conversación se distorsionan, y mientras más personas participan en el chat, más difícil se vuelve.
Palabras y gestos
Los humanos se comunican aunque no digan nada. Durante una conversación en persona, el cerebro se concentra parcialmente en las palabras que se dicen, pero también extrae significado de decenas de señales no verbales, como si una persona está de cara o ligeramente girada, si está inquieta mientras hablas o si inhala rápidamente justo antes de interrumpirte.
Estas señales pintan un panorama holístico de lo que se transmite y la respuesta que se espera del otro interlocutor. Los humanos evolucionamos como animales sociales, así que para la mayoría percibir estas señales es algo natural, hace falta poco esfuerzo consciente para analizarlas y puede sentar las bases de la intimidad emocional.
Sin embargo, una videollamada normal afecta a estas capacidades arraigadas y exige prestar una atención constante e intensa a las palabras. Si solo vemos la cara y los hombros de una persona, la posibilidad de ver los gestos de las manos u otro tipo de lenguaje corporal queda eliminada. Si la calidad del vídeo es mala, se frustra cualquier esperanza de deducir algo a partir de las expresiones faciales mínimas.
«Para alguien que depende de esas señales no verbales, el no tenerlas puede ser agotador». El contacto visual prolongado se ha convertido en la señal facial más intensa disponible y puede parecer amenazadora si se sostiene demasiado.
Entre más es peor
Las pantallas con varias personas amplían el problema de la fatiga. La vista en galería supone una dificultad para la visión central del cerebro y lo obliga a descodificar a tanta gente al mismo tiempo que no se obtiene nada significativo de nadie, ni siquiera de la persona que habla.
El cerebro se siente abrumado con el exceso de estímulos mientras está concentrado en buscar señales no verbales que no puede encontrar.
Esto genera una situación de estrés y cansancio que el doctor Penn llamó “Fatiga por Zoom” además sostiene que predisponerse para estar con “tu mejor cara o vestimenta”, hace que se pierda espontaneidad.
Por eso, según expertos, una llamada telefónica tradicional podría causar menos dañonal cerebro, pues solo transmite una voz.
El doctor asegura que aunque en estos momentos es una necesidad, “estamos descubriendo que no nos gusta que sea un sustituto exclusivo del contacto cara a cara”.
La recomendación de Penn es muy básica: “que por favor hagan menos llamadas semanales para desintoxicarse”.